Para la sanidad pública sólo importa la infección por el coronavirus. Las demás enfermedades no existen
Rubén
Alexis Hernández
La
atención prestada por los Estados y los sistemas públicos de salud a la
pandemia por COVID-19, más allá del obvio interés de parte de la dirigencia
gubernamental, ha sido a tal punto exagerada, que prácticamente se ha
ninguneado la existencia del resto de enfermedades, muchas de ellas
responsables de numerosas más muertes por año en la Tierra que las ocasionadas
por el nuevo coronavirus entre enero del 2020 y lo que va del 2021; de hecho, la mayoría
de fallecimientos por esta última enfermedad se ha debido más a unas
complicadas condiciones preexistentes que a su desarrollo per se.
Ahora
bien, no sorprende toda esa atención de los Estados a la infección por el nuevo
coronavirus, en desmedro de la importancia de otras enfermedades. La enfermedad por el nuevo coronavirus ha
sido proyectada como un peligroso enemigo para la humanidad, y como tal tuvo un
enorme ‘boom’ mediático desde el mismo inicio de la pandemia, hasta el punto
que la lucha para erradicarla justificó y posibilitó en parte el malintencionado
acaparamiento de los cada vez menos recursos estatales disponibles para los
sistemas sanitarios públicos. En este sentido se evidencia la situación cada
vez peor de la sanidad pública en el mundo entero, en progresiva decadencia
como consecuencia principal de la disminución permanente de la inversión social
en el sector, más allá de la atención transitoria prestada al coronavirus, que de igual manera muchos han denunciado
como insuficiente. Además la pandemia en cuestión ha caído como anillo al dedo para que
las élites y los Gobiernos continúen con el nefasto proceso de privatización
absoluta de la salud en el orbe, en el marco del nuevo orden mundial
corporocrático-totalitario en construcción. Para la perversa mentalidad de los
ricos la inversión social es vista como un simple gasto sin justificación
práctica, y la salud pública deberá dar paso en su totalidad a la sanidad
privada.
Lo
cierto del caso es que hoy día, de un plumazo, desapareció prácticamente la
poca inversión estatal que aún había respecto a la prevención y combate de
numerosas enfermedades. COVID-19 manda en la actualidad (mientras siga
teniendo su importancia estratégica global), y quienes enfermen de cualquier
otra cosa y no cuenten con recursos financieros abundantes, están condenados a
depender de una atención sanitaria pública paupérrima, o simplemente a “como vaya pasando vemos que se va
haciendo”. En el caso de Venezuela, agobiada por una terrible crisis
socioeconómica, millones no tenemos derecho ni a un servicio odontológico
básico ni a consultas de rutina en el sistema público de salud. Hay que rogar
en el país suramericano no enfermar ni de algo aparentemente leve, considerando
además el alto costo de los medicamentos.
Tristemente
el deterioro continuo de la salud pública afecta cada día a gran parte de la
humanidad, cuyas condiciones de pobreza y miseria le impiden el acceso a un
sistema sanitario decente. Y el futuro no es para nada halagador de no haber la
reacción popular debida contra el nuevo orden mundial y sus pretensiones de
privatizar totalmente la sanidad.
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