La brutalidad policial en tiempos de coronavirus
Rubén
Alexis Hernández
La
lamentable situación socioeconómica mundial derivada de la emergencia sanitaria
por COVID-19, caracterizada entre otras cosas por el creciente desempleo y
una mayor pobreza y miseria, ha hecho reaccionar, como era de esperarse, a
millones de ciudadanos en todos los rincones del planeta. Personas comunes
molestas no sólo por la crisis como tal, sino por el aprovechamiento que de la
misma están haciendo las élites y los Gobiernos, y cuya principal consecuencia
ha sido el aceleramiento de la formación de un nuevo orden mundial neoliberal, que
está originando una tragedia social como no había pasado antes, con una minoría
cada vez más rica y el resto de la humanidad cada vez más pobre, en medio de un
totalitarismo global en ciernes, la construcción de la sociedad
digital-cibernética de carácter vigilante-excluyente-desigual y en general de la
mayor opresión y control social de la historia.
Lógicamente
las protestas en todo el mundo han tenido una contundente respuesta por parte
de las fuerzas policiales y otros grupos armados regulares e irregulares al
servicio de los Estados. Se ha evidenciado durante la pandemia por el nuevo
coronavirus, que los cuerpos de policía, por ejemplo, no son más que
mercenarios al servicio de los poderosos, con la importante función de ayudar a
preservar el Statu Quo a como dé lugar, empleando la mayor violencia posible en
caso de considerarla “necesaria”. En este sentido, los policías no han dudado
en detener arbitrariamente, torturar, asesinar y desaparecer incluso a
ciudadanos que no han estado protestando de forma violenta, metiéndose con
niños, mujeres, discapacitados y ancianos. En tiempos de crisis como la actual,
los policías han exhibido su lado más oscuro para defender al orden establecido,
ocasionando en no pocas veces verdaderos baños de sangre.
En
el caso de Colombia, la brutalidad policial ha intentado en las últimas semanas
contener la furia de numerosos ciudadanos, una especie de estallido social como
respuesta parcial al manejo malintencionado de la pandemia por parte del
Gobierno de Duque, que ha protegido a la élite económica colombiana y foránea
de las consecuencias de la semiparalización por la pandemia de COVID-19. La policía de
Colombia, acostumbrada a actuar de forma delincuencial, ha aprovechado esta
coyuntura para arremeter con notable saña contra el pueblo alzado, asesinando a
decenas de personas e hiriendo a centenares o quizá a miles de individuos. Evidentemente
la administración de Duque sabe que los cuerpos policiales colombianos actúan
con brutalidad, y entonces justifica lo que hacen, algo que no sorprende para
nada, considerando además que están a la orden de un Estado narcoterrorista, violador
de derechos humanos a más no poder en nombre de la democracia burguesa. Más aún,
algunas autoridades colombianas han planteado que las protestas fueron
organizadas por guerrilleros y en ellas han participado delincuentes y
terroristas con el único fin de destruir y robar; naturalmente esto no es más
que una excusa gubernamental para el accionar policial violento contra los
manifestantes:
“El
presidente Iván Duque ha calificado estos disturbios como ’terrorismo urbano de
baja intensidad’. El tótem de la derecha colombiana, el expresidente Álvaro
Uribe, escribió en un tuit, borrado más tarde por la red social por contravenir
sus normas, en el que apoyaba el derecho de soldados y policías a utilizar sus
armas para defender su integridad. La izquierda lo interpretó como una
invitación a un derramamiento de sangre.
El
ministro de Defensa, Diego Molano, aseguró que los ataques contra los
uniformados son acciones coordinadas por ‘disidentes’ infiltrados en las
protestas. Dice que han sido premeditadas, organizadas y financiadas por las
disidencias de las Farc, un pequeño grupo que no se atuvo al proceso de paz, y
el ELN, la última guerrilla reconocida de Colombia. Por ahora no hay pruebas de
que sea así. Molano contó que cuando una caravana de la policía buscaba en Cali
gasolina para abastecerse, un grupo de asaltantes atacó las gasolineras
cercanas y extorsionó a sus dueños.
El
presidente desplegó al ejército para contener los actos de violencia, pero no
ha dado resultado. Al revés, ha elevado la tensión. La respuesta del Gobierno
ha sido redoblar efectivos. El director de la policía, el general Vargas,
anunció que reforzará Cali con casi 1.500 policías más. Vargas no dio cifras
concretas sobre muertes, solo aseguró que sus agentes actúan en defensa propia
y respetando la ley. ‘Nadie ha dado instrucciones de disparar’, dijo”.
https://elpais.com/internacional/2021-05-04/la-violencia-policial-se-descontrola-en-colombia.html
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